miércoles, 5 de mayo de 2010

Mi taller

C/ Santo Domingo, nº 11

Escribir un blog para hablar de su trabajo, para entrar en la web con todos sus activos y darse, de alguna manera, a conocer, es ante todo escribir, y eso me gusta. Me gusta, de toda la vida, explicarme por escrito, expresarme por escrito, declararme por escrito, aprender de los escritos, escribir.. Por lo tanto me maravilla que, después de ver con un ojo dubitativo el auge de la electronica y apreder lenta y torpemente su manejo, me encuentre con esta herramienta dispuesta a facilitar no solo la palabra escrita sino posibles lectores.
Claro que tengo que expresarme en una lengua que no es la mía, en la que cometo errores. Pero es la lengua en la que vivo y que trabajo, ya que la cerámica que es mi oficio y mi gana-pan desde hace más de 20 años y la he practicado siempre en España. También es cierto que esta forma de ganarse la vida es una forma de vivir: no pienso marcar fronteras imaginarias entre mi vida y mi trabajo, y menos entre el trabajo y el negocio, aunque en este último aspecto, soy una neófita por voluntad propia.
Esta mezcla es una de las características de un taller de artesanía: en un taller, hay una persona que trabaja, con su infraestructura, sus materiales, sus herramientas. Normalmente también hay una muestra del trabajo, piezas realizadas por el artesano que le rodean a diario , que dan fe no solo del trabajo sino de la existencia misma del autor. También hay una vida social: clientes, paseantes, curiosos, alumnos, a veces empleados, amigos de visita. En un taller se aprende, se enseña, se charla con amigos y desconocidos, se come, se bebe, se liga, se pelea uno. Vienen los niños del barrio, a ver si pueden pillar algo, la vecina para avisarte que han cortado la luz, mendigos y desamparados, por si les puedes ayudar. Entran a preguntar por una calle, un restaurante típico, la llave del portón. Viene el cartero, siempre echando un vistazo a lo que estás haciendo, llama un 900 y les pide que te dejen en paz, llama tu madre, y es media hora de conversación, a veces interrumpida por un cliente que se pregunta porque hablas francés por teléfono. Entra uno para recordar los tiempos en que había un almacén en este lugar, - lo sabías? -, otro para desearte suerte porque sabe que en este barrio no va a ser fácil salir adelante, y a veces también, entran simplemente a decirte como les gusta lo que haces ( claro que los que no les gusta se lo tienen callado). Solo falta una cama – algunos la tienen – y es tu casa.
Por el otro lado, un taller como el mío es un negocio, una empresa. O sea, hay tanto de ingresos, tanto de gastos, tanto de volumen de trabajo, un horario, impuestos etc. Cuando trabaja uno, tiene que pensar en la rentabilidad de este trabajo, que se hace como se vive, mitad por obligación, mitad por gusto. La mayoría de la gente está fascinada por la oportunidad que tenemos los artesanos de trabajar en lo que nos gusta , en un entorno tan personal. Y es cierto que es una ventaja, menos quizás cuando hay que hacer dos mil piezas iguales. Otros, los menos, admiran la independencia, mal llamada libertad, de la que disfrutamos. No tener ni jefe ni subalternos es un sueño, pero que cuesta caro. Cuesta en horas de dedicación, problemas financieros, inseguridad , muchos fracasos, esfuerzos vanos, esperanzas defraudadas. Hay que renovar, presentar, embalar, limpiar, malvender, exponer, pensar, diseñar, tener ganas siempre. Hay que creer y crear, fabricar y vender, cosas que son más o menos buenas, mas o menos comerciales, más o menos artísticas, más o menos complicadas de realizar. Hay que tener bastante auto disciplina.
Y es un lío inextricable de la vida misma de uno.

lunes, 26 de abril de 2010